P. Alexander Zatyrka, SJ

Nací en Greenfield, Massachusetts. Mi primera infancia la viví en Yucatán, y después crecí en la Ciudad de México. Siempre me encantó salir al campo, abrir el corazón y los sentidos, para encontrarme con la realidad desde la que Dios nos habla. Cada vez que volvía de mis andanzas en la naturaleza, lo hacía más contento, abierto y sanado internamente.
Aprendí la contemplación en casa de mi bisabuela, en el rezo del rosario de manera contemplativa, en familia, percibiendo cómo el misterio de María, camino a Jesús, transformaba el corazón de quienes participábamos. Mi espiritualidad ha sido siempre muy mariana.
De mi abuela paterna, de tradición ucraniana, aprendí a contemplar los iconos. Supe que fueron escritos en oración para suscitar la oración. Son ventanas que Dios abre desde la eternidad para tocar nuestros corazones y guiarnos hacia esa misma eternidad, la comunión de Amor con el Dios vivo, nuestro hogar definitivo.
Cuando me encontraba estudiando en la universidad en Estados Unidos, tuve la experiencia fundante de la oración contemplativa. Solía ir de retiro a un monasterio benedictino (Mt Saviour) en Elmira, Nueva York, donde empecé un camino de transformación espiritual. Un director de retiro me sugirió comenzar a orar con la invocación del nombre de Jesús. Es una jaculatoria que reza así: “Señor Jesucristo, hijo del Dios vivo, ten compasión de mí, un pecador”, y que se repite al ritmo de la respiración. Fue una experiencia enriquecida entre llorar, sentir alegría y profunda sanación, con la que dejé atrás las cosas que empañaban mi vida y desde entonces, cada vez más, me ha propiciado la capacidad de ver el mundo con alegría, para amar y recibir amor, centro del misterio trinitario. El don de vivir “enamorado”.
Como misionero laico en Bolivia, mi compañero en esos cuatro años fue Anthony de Mello, SJ, con su libro Sadhana, un camino hacia Dios. Constituyó un itinerario de profundización para enriquecerme de los grandes maestros de contemplación, no sólo cristianos sino también de otras tradiciones que fortalecieron mi práctica y convicción cristiana.
En mi formación como jesuita, participé en retiros con la maestra zen y hermana de la Comunidad Ecuménica de Betania, Ana María Schlüter Rodés. Me llamó la atención la actitud de seriedad, compromiso, congruencia y el minimalismo de su mística naturalista. Participé varios años en los retiros anuales, lo que me ayudó para profundizar mi relación con el Señor y para la práctica de la oración de silencio.
Durante mi doctorado en Austria, conocí al P. Franz Jalics, SJ, gran maestro de oración contemplativa. Realicé con él los Ejercicios de Contemplación. Una experiencia fundante más en mi formación espiritual. Nunca había llegado a niveles tan profundos de silencio, apertura, contemplación y diálogo con Dios. A partir de ahí, tomé su metodología, adaptando la propuesta a nuestra idiosincrasia latinoamericana.
Los últimos años, me he dedicado a desarrollar una mistagogía, es decir, una didáctica espiritual, con la ayuda del Señor, que facilite la apertura de las personas al encuentro con el Misterio, con el Dios vivo del que habla la mística.
Como integrante de la Compañía de Jesús en México, he recibido la encomienda para servir actualmente como Rector en el ITESO, la Universidad Jesuita de Guadalajara. Trato de prestar mi servicio desde esta misma visión.